viernes, 22 de mayo de 2009

UN SENTIMIENTO QUE UNE

De entre las cosas que a lo largo de su trayectoria han ido haciendo grande a nuestro torero, hoy me gustaría destacar una que no está al alcance de muchos, pues seguro que no es nada fácil tener el poder, por llamarlo de alguna manera, de enganchar y aficionar a tanta gente (y de reenganchar a otros muchos) a la fiesta, y más aún, a un arte, el arte de torear. Esto lo hizo El Fino, y lo sigue haciendo, pues soy testigo directo de algunos casos, y sigue provocando ese brote inexplicable de sentimiento común en más de uno y más de dos.

Dicho esto, a modo de introducción, poco o nada cabe añadir ante el artículo que nos ofrece otro gran finitista y buen amigo de esta casa, José Luis Pineda, al que el destino, que en este caso se llama Juan Serrano y se anuncia como Finito de Córdoba, me ha venido a unir para compartir esta afición tan grande. Me identifico de tal forma con sus líneas y con el sentimiento que expresa en su recuerdo que lo único que puedo y debo hacer es disfrutar del silencio de su lectura, mientras rememoro pasajes descritos y lo comparto con ustedes, para que también puedan hacerlo.

23 de mayo de 1991. Por José Luis Pineda Requena

Yo tenía quince años y por más que lo intento, no recuerdo apenas nada de aquel día en el que por primera vez iba a ser testigo de algo verdaderamente solemne. En aquel tiempo, la afición a los toros en Córdoba era desmedida. Sin saber muy bien de dónde ni cómo, un chaval con cara de niño había surgido para despertar a una ciudad adormecida y en aquel entonces, en todos lados se hablaba de él. Mi padre siempre decía que era el mejor, que no tenía comparación, y nunca escuché a nadie que tratara de contradecirlo. Pero sobre todo me acuerdo de aquellas personas con las que viajábamos en los autobuses aquí o allá, personas de pelo encanecido, de sabiduría profunda en la mirada, a los que se le dibujaba una sonrisa en la cara cada vez que lo mencionaban: Es un fenómeno decían, lo nunca visto, pero ¿tú has visto que arte niño?, ¿tú has visto que manera de torear?. Lo cierto es que yo no sabía un pimiento de lo que era el arte de torear porque apenas eran aquellos mis primeros espectáculos, pero como en todas las artes, hay algo que se sabe incluso desde la ignorancia, algo que se intuye, que se siente a flor de piel y se reconoce de una forma atávica y pasional. De esa forma, la del aprendiz que presiente y observa atónito, recordaré siempre aquellas faenas inolvidables, aquellos mano a mano sin billetes, las puertas grandes de Córdoba, de Écija, aquella matinal de la Maestranza, la cornada de Málaga pegado a un transistor, la triunfal reaparición de Mérida.

El ya lejano 1991 llegó y parecía un año distinto, no porque ya la Expo y las Olimpiadas quedaran a la vuelta de la esquina, sino porque aquel niño que resucitó la pasión por el toreo en la ciudad más taurina de entre todas las ciudades iba a convertirse en un hombre. En la feria de aquel año, Finito de Córdoba iba a tomar la alternativa. La alternativa del V Califa, decían.

Recuerdo poco de aquel día, y no paro de martirizarme por ello. Me veo ya dentro de la plaza y no alcanzo a recordar cómo fue esa mañana y cómo llegué hasta allí, ni siquiera tengo conciencia de los momentos previos a la corrida. No sabría ubicar dónde estaba, en qué tendido, en qué grada. Recuerdo las aglomeraciones, eso sí, y la gente en los pasillos, y aquel silencio solemne roto por la atronadora ovación que anunciaba que el novillero imberbe que había ilusionado a todos se había convertido por fin en matador de toros. Recuerdo la desazón de aquella tarde, la ausencia de olés y la decepción en los rostros y también recuerdo aquellas almohadillas que algunos aficionados lanzaron como en un triste presagio. Expectante, visceral, eterna y también a veces injusta. Córdoba. Yo aquel día todavía no lo sabía.

Han pasado dieciocho años desde aquella fecha para la Historia cuyas imágenes ahora aparecen en mi memoria como la vieja secuencia de una película en blanco y negro. En todo este tiempo, el niño se ha convertido en maestro, de esos a los que los jóvenes miran con admiración y respeto. Lo ha hecho a base de triunfos, en todas y cada una de las plazas de España y de América, pero por encima de todo, lo ha hecho a base de personalidad y de una concepción del arte y del toreo sin parangón alguno. Todo lo que aquellos señores decían mientras lo seguíamos como enfervorizados devotos de autobús en autobús terminó siendo cierto. Nadie torea como él, ¿pero tú has visto como torea Finito niño?, le diría yo ahora a quienes todavía no habían nacido en aquella época y la frase no resultaría anacrónica, no habría perdido un ápice de vigencia. Tan sólo erraron en una cosa, no fue la alternativa del V Califa. Pero es ese un tema baladí, una cuestión numérica, porque Finito, a lo largo de estos dieciocho años, se ha ganado por derecho propio, a base de naturales y verónicas, de emoción y pureza, de sentimiento, de triunfos, el ansiado califato. Aquellos señores mayores sólo erraron en el número, porque los ecos de esa canción también lejana, todavía resuenan: “Otro califa ha nacío…y aunque –todavía- no lo diga el tiempo, lo dice el corazón mío.”