miércoles, 27 de mayo de 2009

ESTO ES CÓRDOBA

No escribo esta crónica de lo sucedido ayer en el Coso de Los Califas desde el resentimiento o la envidia insana por el triunfo, justo y merecido, de dos toreros, y no del mío. Si así lo hiciera, creo que estaría lejos de ser buen aficionado en general, y cordobés en particular, al no alegrarme del triunfo de un torero de la tierra.

Escribo desde el dolor, desde la tristeza, pues así abandonaba ayer la plaza. Triste, dolido, herido. Así volvía a casa dejando atrás una Córdoba que acabada de asestar su enésima puñalada de insensibilidad al maestro Fino, y por extensión a mi corazón de aficionado.

Es difícil entender como esta plaza, ayer hasta la bandera, fue incapaz de reconocer el enorme esfuerzo que El Fino hizo con su primero, el peor de la corrida, al que intentó tapar todos los defectos, colocándose en todo momento para hacer el toreo, tratándolo como si fuera bueno, y al que sacó lo que tenía por lo dos pitones, sin que Córdoba se enterase, ni tampoco lo hiciera del recibo de capote abrochado con cuatro medias a cual más lenta, a cual más bella.

Más difícil resulta aún entender lo que pasó en el cuarto. Lo digo más claro; Si ayer Córdoba no se entregó (que no lo hizo) con la labor del Fino en el cuarto es que lo de Córdoba con Fino no es exigencia, a "eso" habría que llamarle de otra forma. Finito bordó el toreo con el capote en este toro, con un ramillete de lances ganándole terreno hacia la boca de riego, con uno de ellos, por el pitón izquierdo, en el que el tiempo quedó detenido, y una media, una más en esta tarde, de sabor y aroma desmedidos, y un quite, con dos largas cordobesas marca de la casa. El toro, que galopaba y se desplazaba, no terminaba de humillar y tendía a salir siempre con la cara arriba. Así se comportó en la muleta, con la que el maestro rayó a gran altura, largo y profundo en el toreo en redondo, roto y entregado al natural, torerísimo y enorme en los remates, en trincherillas sublimes... Faena buena de verdad... ¿Y Córdoba?... yo todavía soy incapaz de explicármelo. Incapaz de encontrar respuesta a que después de un espadazo en lo alto, tardando el toro en doblar, ya hubiera algunos expectantes ante el primer golpe de verdugillo para empezar a protestar, que para eso si que no hay medida a la hora de entregarse. Y más incapaz aún de saber el porque de una insignificante petición de oreja ante semejante demostración de toreo con capote y muleta.

Ayer Córdoba, más que nunca, ejerció de madrastra cruel con uno de los artistas más grandes que ha parido, con uno de los toreros más importantes de su historia. Lo digo así, por si aún no se han enterado, por si algunos todavía no saben lo que han hecho.

Me fui herido de Córdoba, herido por su indiferencia, por su trato injusto, por su falta de verdad. Herido también por diez verónicas y cinco medias del Fino, por diez naturales, por tres trincherilas. Una herida, esta última, que me permite sanar de todo lo demás, y a la que me aferro para intentar olvidar la injusticia de Córdoba, su injusta vara de medir.

Fotos: Fidel Arroyo.