viernes, 14 de agosto de 2009

MÁLAGA, 14/08/89

Veinte años no es nada, dice el tango de Gardel, aunque cierto es que veinte años dan para mucho. Para todo lo olvidable, y también, como no, para todo lo imborrable.

Aquella tarde de La Malagueta cobró importancia histórica desde su propio momento, desde su mismo presente. En ella, un joven novillero que venía ya de poner varias picas en su corta trayectoria, impactó por su personalidad y torería en una afición rendida ante su inexplicable y precoz maestría.

Le bastó un novillo, de Cebada Gago, una sola actuación a Finito de Córdoba para poner de acuerdo a Málaga, y en una feria, la del 89, con Curro, Paula, Espartaco, Joselito y Litri en los carteles, llevarse el premio al triunfador absoluto y sentar un precedente que nunca más ha vuelto a repetirse: el que un novillero consiga tal reconocimiento.

No cabe duda de que La Malagueta es una plaza importante en la trayectoria de Finito, siendo para mí, junto con Sevilla, el coso donde más he deseado siempre (y he conseguido ver) que cuaje un toro, y donde ha dejado en la retina un buen puñado de faenas geniales, rotundas y extraordinarias.

Todo empezó aquella tarde, y como si el destino quisiera marcar aún más la efeméride, queda también en la historia el bautismo de sangre que El Fino recibió en ese albero y en ese día. Un día inolvidable, de esos que dan sentido a que veinte años no sean nada...