miércoles, 5 de noviembre de 2008

07/07/07


El 7 es el resultado de la suma entre 3 (lo celeste) y 4 (lo terrenal). Se considera un número perfecto que simboliza la relación de lo divino y lo humano, cuyo resultado es la creación, llevada a cabo en 7 días. Para casi todas las culturas fue siempre un número mágico.

Casualidad o no, fue justo ese día en el que los tres sietes se reunían en la misma fecha cuando la magia se hizo presente de la mano de Juan Serrano. Lucena fue el escenario de una faena más para el recuerdo, la que El Fino ejecutó a Liderado, de la ganadería de Torreherberos, gran colaborador que fue indultado tras la obra de arte cincelada por el maestro.

Una fecha simbólica y significativa, un día muy llamativo, que fue elegido por un familiar cercano a un servidor para casarse, motivo por el cual me quedé con las ganas de ir a Lucena y posteriormente con el rebote de haberme perdido tan magna actuación de mi torero. Por suerte, ahí queda el vídeo, que hoy quiero compartir con ustedes, y un artículo, el que escribió un buen amigo de este rinconcito, José Luis Pineda, y que retrata a la perfección lo que allí sucedió, y mucho más, lo que allí se sintió. Permítanme que lo use de introducción al vídeo, pues no creo que exista mejor preámbulo...

EL CONCEPTO DEL ARTE
Por José Luis Pineda Requena

Finito llegó a Lucena herido para dar al mundo una lección práctica y rotunda sobre ese confuso concepto que ha movido al hombre desde el principio de los tiempos: el arte. Esa palabra que todos usamos siempre para expresar algo que nos emociona, algo que sin tener una lógica detrás, sin razón posible, nos conmueve los sentidos. Entonces decimos que eso es arte. Desde ayer, todos los que tuvieron el privilegio de acudir a ese pueblo cordobés donde Finito consumaba su acción y efecto de volver a aparecer, todos, tendremos más respeto y miedo a esa palabra, porque Finito unió música y pintura, escultura y literatura, lo metió todo en su muleta y de ahí brotó el concepto de arte más diáfano que yo, persona apasionada, pueda recordar. Él terminó abriéndonos la herida perpetua que deja el arte verdadero cuando consigue aparecer.

Podría escribir folios y más folios si tuviese que narrar la faena de ayer, tal vez habría de reescribir el cossío si hubiera que analizar la maestría del torero ante aquel animal. Pero no voy a hacer eso porque se me queda grande el recuerdo, se empequeñecen las palabras. Recordaré sí, para toda la vida, la media verónica de recibo, y recordaré para siempre el toreo poderoso con la diestra, recordaré, como si se hubiese quedado impregnado en la memoria, sus nudillos manchados de albero y su muleta muy adelante, arrastrándose cadenciosamente hasta ese lugar donde dicen solo pueden llevarla los elegidos pero donde yo sólo he visto llevarla a él, así una y otra vez y recuerdo, que uno de aquellos derechazos pareció que no terminaría nunca y el torero, en la desnudez del sentimiento, con un leve giro de tobillo, lo prolongó más, todavía un poco más de lo que ya parecía imposible a los ojos de tanto incrédulo, ofreciendo una definición precisa de verdad y profundidad. Eso es, verdad y profundidad.

Y recordaré también la locura en las gentes, el éxtasis colectivo, el moderado señor mayor de mi lado que terminó desatado en la locura porque tal vez sus años, más que a ningún otro, le estaban gritando hasta hacerlo enloquecer lo que allí estaba aconteciendo: toreaba un califa, el sexto, y toreaba desterrando corduras e incertidumbres. Y así, continuó el deleite hasta conseguir lo más sublime que puede alcanzar un torero sobre el albero, perdonar la vida a su enemigo. Dejar marchar a un toro que lo miraba sorprendido, porque hasta él mismo sabía que no lo merecía. Y todos nos quedamos pensando y aún hoy lo sigo haciendo que sin dibujar un trazo, sin escribir una palabra o componer una nota, ayer, Finito elevó el arte a la categoría de eterno y nos regaló ese concepto para siempre.