viernes, 19 de diciembre de 2008

UN ANIVERSARIO A LO GRANDE (CÓRDOBA, 24/05/01)

Me encantó esta faena, me entusiasmó sobremanera en la plaza y me dejó un recuerdo de imborrable sabor. Ya había tenido la suerte, tres semanas antes, de paladear una similar, por el metraje y la calidad de sus muletazos, en La Maestranza sevillana. Aquella sustentada en el toreo al natural, y esta en redondo. Dos obras de arte.

Finito celebraba su X aniversario de alternativa y tuvo una tarde redonda, tanto con el capote como con la muleta. En su primero le habían negado injustamente la oreja, pero en este segundo, Banquero de nombre, no se escapó el triunfo, y eso que pinchó antes de agarrar una buena estocada.

Se inauguraba en esa feria la norma de tener que cortar dos orejas en el mismo toro para poder salir a hombros por la Puerta de Los Califas, y fue Finito de Córdoba el primero en lograr este éxito, atravesando esa puerta por undécima vez como matador de toros.

De aquella tarde, además del vídeo de la faena a Banquero, rescato la crónica de Luis Miguel Parrado, magistral como en tantas otras tardes grandes del Fino. El título ya lo dice todo...

EL SUBLIME CAMINO AL CALIFATO, Por Luis Miguel Parrado.

...Veinte minutos tan intensos como bellos había durado la lidia de “Banquero”, ejemplar de Marca que tuvo clase y nobleza, pero también la pujanza justa. El recital de Finito comenzó en los lances de recibo, cuatro monumentos a la verónica rematados con una majestuosa larga. No quedó ahí el deleite puesto que tras el primer puyazo cinceló un señorial quite haciendo nuevamente uso del lance fundamental. Para entonces el toro ya había cantado sus virtudes, así que Juan hizo que el siguiente encontronazo con el picador no pasara de ser un mero picotazo. Acertó, al igual que ocurrió con el planteamiento del último tercio, comenzado por ayudaos, llevando mecidamente la embestida del toro para que no se quebrantara.

A partir de ahí el conjunto alcanzó unos vuelos majestuosos, pero no todo fue arte, también estuvo en todo momento presente la inteligencia. Así, Finito no prolongaba las series más allá del cuarto muletazo, rematando con el de pecho para, seguidamente, distanciarse, dar aire al animal y conseguir que éste no se afligiera.

Una vez instrumentadas las series iniciales, el matador ya andaba abstraído en su obra, relajado, sin el mínimo atenazamiento, gustando al publico, gustándose él mismo y, lo que es más importante, sintiéndose, disfrutando del toreo con una cadencia, un temple y una calidad inigualables. Primero con la diestra, “tocando” suavemente y llevando hasta el final una embestida que desde el capote había tenido mayor profundidad por ese pitón. Posteriormente, cuando el toro había comenzado a venirse abajo, cimentó en la zurda los muletazos, que a esas alturas ya necesitaban de dos y hasta tres toques para conseguir su completo desarrollo.

Todo ello lo hizo Finito con prestancia, sin la mínima brusquedad ni aspaviento, y con todo el mimo posible de sus, en esta ocasión, acariciadoras muñecas.

El epílogo, cuando el animal ya se había parado, estuvo servido a base de unos señoriales muletazos a pies juntos que resultaron auténticos carteles de toros y terminaron de poner en pie a los tendidos. Cortó dos orejas, y si no le concedieron el rabo fue debido a que la estocada estuvo precedida por un pinchazo. Pero ahora, cuando han pasado unos meses, los que allí estuvimos presentes, aún cerramos los ojos y recordamos con absoluta nitidez ese desmayo con el capote, ese trazo mayestático, esa sublime prestancia para jugar los brazos en verónicas cargadas de plasticidad, así como un manejo de la muleta a la altura solamente de los elegidos.

Y todo mientras a cada lance, a cada derechazo, a cada natural, tronaba ese ¡y... olé! seco y rotundo que suena único en esta plaza, donde casi diezmil personas tuvimos la suerte de vivir el bellísimo sueño de una tarde de primavera, protagonizado por un torero cordobés que, de seguir construyendo obras como esta, llegará sin duda al Califato Taurómaco...