Debo confesar que me tenía enormemente ilusionado esta corrida desde que se anunciaron los carteles. Es más, al contemplar el descalabro del ganado de Ricardo Gallardo el otro día en Madrid, yo pensaba: "Seguro que los buenos los ha dejado para Córdoba". Iluso de mí.
La tarde, plomiza en lo meteorológico, ha ido cayendo también como el plomo sobre la moral y el ánimo, para acabar abatiendo toda esperanza y todo el gran deseo que muchos llevábamos. El mío, particularmente, era muy grande, de ahí que quizá este hablando ahora de una gran desilusión, pues a estas horas, después de que ha pasado un buen rato del final de la corrida, todavía estoy tremendamente apático y apesadumbrado.
Intento animarme, venirme arriba. Intento recordar y recrearme en esa faena del Fino al primer toro plagada de muletazos de calidad, quizá los de más calidad de la feria, pero de pronto se me atraganta la imagen del toro jabonero perdiendo las manos en el tercer muletazo de una serie, justo cuando prendía la mecha en el tendido, o en un pase de pecho, o al final de la faena, sin permitir un cierre adornado, y también viniéndose a menos y quedándose corto en la segunda tanda de naturales, después de dos o tres soberbios en la primera serie... y entonces vuelvo a venirme abajo pensando que hasta el único toro que medio se ha dejado no lo ha hecho por derecho, o al menos es así como lo he visto yo.
Y me duele, me sigue doliendo la actitud de la plaza, o más bien dejémoslo en un sector o en varios sectores dispersos, que una vez más han demostrado su predisposición negativa y su injusto trato a un torero que lejos de tirar por la calle de en medio después de que las opiniones se dividieran tras descabellar al primero, después de cuatro pinchazos y casi cuando el toro se iba a echar, ha tratado al cuarto toro como si fuera bueno, y ha porfiado para extraerle todo lo que tenía, viendo como apenas se lo agradecían, para que luego, además de todo, al salir de la plaza lo despidan con malicia y poca clase.
No me voy a esconder a la hora de reconocer la gran laguna que está teniendo Juan con la espada, no sería sensato ni cabal defender lo contrario. Ojalá recobre pronto el pulso de esta suerte, sobre todo para que faenas como las de hoy, por ejemplo, no pasen de largo por la memoria de algunos (aunque muchos demuestran tener una amnesia atroz), y porque a buen seguro la satisfacción de haber dado quince o veinte muletazos a gusto, es un poquito más con un premio en la mano.
Para terminar, he decir que ha sido una semana (desde el viernes pasado) de múltiples sensaciones. Una montaña rusa de emociones, desde Granada a Córdoba. Una semana que quizá no termina con el resultado más deseado, pero que globalmente tampoco ha de dejarnos ningún amargor. Vaya hombre, parece que me voy animando...
Y es que mientras el corazón tenga deseo, la imaginación seguirá generando y conservando ilusiones... Por mucho tiempo.
La tarde, plomiza en lo meteorológico, ha ido cayendo también como el plomo sobre la moral y el ánimo, para acabar abatiendo toda esperanza y todo el gran deseo que muchos llevábamos. El mío, particularmente, era muy grande, de ahí que quizá este hablando ahora de una gran desilusión, pues a estas horas, después de que ha pasado un buen rato del final de la corrida, todavía estoy tremendamente apático y apesadumbrado.
Intento animarme, venirme arriba. Intento recordar y recrearme en esa faena del Fino al primer toro plagada de muletazos de calidad, quizá los de más calidad de la feria, pero de pronto se me atraganta la imagen del toro jabonero perdiendo las manos en el tercer muletazo de una serie, justo cuando prendía la mecha en el tendido, o en un pase de pecho, o al final de la faena, sin permitir un cierre adornado, y también viniéndose a menos y quedándose corto en la segunda tanda de naturales, después de dos o tres soberbios en la primera serie... y entonces vuelvo a venirme abajo pensando que hasta el único toro que medio se ha dejado no lo ha hecho por derecho, o al menos es así como lo he visto yo.
Y me duele, me sigue doliendo la actitud de la plaza, o más bien dejémoslo en un sector o en varios sectores dispersos, que una vez más han demostrado su predisposición negativa y su injusto trato a un torero que lejos de tirar por la calle de en medio después de que las opiniones se dividieran tras descabellar al primero, después de cuatro pinchazos y casi cuando el toro se iba a echar, ha tratado al cuarto toro como si fuera bueno, y ha porfiado para extraerle todo lo que tenía, viendo como apenas se lo agradecían, para que luego, además de todo, al salir de la plaza lo despidan con malicia y poca clase.
No me voy a esconder a la hora de reconocer la gran laguna que está teniendo Juan con la espada, no sería sensato ni cabal defender lo contrario. Ojalá recobre pronto el pulso de esta suerte, sobre todo para que faenas como las de hoy, por ejemplo, no pasen de largo por la memoria de algunos (aunque muchos demuestran tener una amnesia atroz), y porque a buen seguro la satisfacción de haber dado quince o veinte muletazos a gusto, es un poquito más con un premio en la mano.
Para terminar, he decir que ha sido una semana (desde el viernes pasado) de múltiples sensaciones. Una montaña rusa de emociones, desde Granada a Córdoba. Una semana que quizá no termina con el resultado más deseado, pero que globalmente tampoco ha de dejarnos ningún amargor. Vaya hombre, parece que me voy animando...
Y es que mientras el corazón tenga deseo, la imaginación seguirá generando y conservando ilusiones... Por mucho tiempo.