martes, 7 de septiembre de 2010

TAMBIÉN HUELE A CLAVEL EN DÍAS FRÍOS (Crónica de Gabriel Camero. Valladolid)

En la puerta seis una joven me ofrece un clavel y el programa de fiestas, le niego el clavel con una sonrisa pero le acepto el libreto. A continuación, una señora si que acepta la flor, y otra más, y otra… y así la plaza se llena de rojo.

Pero la tarde no era floreada, no, sino fría. Muy mucho, cielo ceniza y medio entristecido, llorando a ratos cuando el reloj marcaba las seis de la tarde. Hora del comienzo del festejo.

El Maestro pronto abrió las alas del capote a Agitador, un prenda de 589 kilos, con la gente recién acomodaba a la piedra. Agitador entra a la verónica las dos veces que se deja y fueron dos lances de los de aroma de clavel. Salía el sol y se escondía y así se llegó a la muleta. Pases de probatura y la mano derecha colocada, donde un Maestro sabe colocarla, derechazos largos y mandones. La faena va a más, se sentía en los oles secos y fríos castellanos. Y suena Manolete. Y la mano derecha fluye, el giro de las muñecas acompaña a todo el cuerpo. La obra sube en intensidad.

En el centro del ruedo, Eolo, que no abandonaba la faena, asistía a las miradas, íntimas, de ellos dos. Dos mundos, el torero y el toro. Y al Dios griego del viento, le gustaron tanto los derechazos, que se resistía a abandonar el albero pucelano.

En la mano izquierda, al de Fuente Ymbro se le acabó la gasolina. Y a la hora de la muerte no ayudaba, no, frío el toro, sin trasmitir sensaciones, y frío el público y la temperatura. Aún quedaba otro en corrales.

Pero la suerte, no sé si existe o no, mejor tenerla de cara y en el cuarto estaba en contra. Oloroso de 528 kilos. Comenzó el Maestro con verónicas a pies juntos, ayer lo dije, los lances de Fino son como pozos de profundos.

Muleta en mano, tela color pétalo, como esos que permanecen en la piedra de la plaza. Pero el animal está pendiente a todo excepto a la muleta, pendiente incluso a la marca de puros que se fuman en el tendido, pendiente al brillo del traje de torear, pero no a la muleta, a la muleta nunca. No le interesa, camina distancias sin fijeza y ya con la izquierda dice que no. Que la tauromaquia del Maestro y él no son amigos y así, la enemistad pone fin a la relación.

Cuando me marcho de la plaza los claveles permanecen en sus asientos. Hace frío, demasiado para gente del sur. Pero como esta flor, están los pasajes de Fino, la belleza de la flor sobrevive como en la retina lo hacen esos derechazos mandones en los únicos pasajes del primer toro que dejó al enamoramiento. Y todo esto, Eolo, no se lo quiso perder.

Foto: Burladero.com