lunes, 6 de septiembre de 2010

POZUELO PARECE... (Crónica de Gabriel Camero)

Pozuelo parece Texas en el tórrido verano, avenidas amplias y vacías, ni un coche circulando, ni un alma y un viento caliente que forma remolinos con bolsas de pipas y colillas con boquillas sabor a whisky. La ciudad está en fiestas y por la tarde hay toros. He dicho que parece Texas y no que lo sea.

La plaza lucía buen ambiente, entiéndase festivo. Y la fiesta comenzó en el primero de la tarde, elemento de Sánchez Arjona, de nombre Orientado y con 498 kilos de peso, bien armado y hecho, en la suerte de Fino. De salida le dio por querer partir los hierros del burladero de la portátil. Fino, de negro y azabache, lo recibe a la verónica y el animal canta su mala condición. Ya con la franela, Orientado susurra que escasea de gasolina y no permite la ligazón. Me quedo con unos remates por bajo al término de la tercera tanda. La faena no termina de romper y cuando el Maestro coge la izquierda percibo que Orientado no humilla, pero es que no había humillado desde que salió por chiqueros. Falla con los aceros y el público silencia la actuación.

Cuarto toro de la tarde, de nombre Vendedor y con 468 kilos de peso. Fino está decidido, coge el capote como solo los genios saben; así, con dos deditos y una caricia de la yema en la tela, y le pega un ramillete de verónicas, hondas como un pozo y una media decidida e inspirada.

Es el propio Maestro quién lo lleva al caballo, pelea del toro con el equino. La cuadrilla resuelve con los palos y comienza la faena de muleta.

Por abajo y haciéndolo, se lo lleva a los medios y le pone la derecha. Pronto suena “Paquito chocolatero”, he dicho que parecía Texas y no que lo fuera. La muñeca derecha comienza a recorrer kilómetros, no voy a ser yo quien descubra la hondura de esa mano cuando lleva al toro largo. Pronto me percato que el animal tampoco humilla. La faena sube de intensidad. El viento sopla un poquito. Trincherazo de ensueño, para hacer quinientos cuadros en cada segundo que dura. Si suman, serian mil, mil quinientos. Mano izquierda rematada con un de pecho. Aquello huele a triunfo. Molinete como epílogo y Vendedor que hace amago de rajarse, hasta que lo hace. Cuando Fino coge el acero para la suerte suprema, el animal no para quieto y busca el hierro del burladero. Incómodo de verle la muerte, pasa un tiempo precioso y la faena se enfría. Lástima. Fino erra con los aceros y recibe silencio en una actuación, como digo, con pasajes de lujo.

Y acaba la tarde y ahora Pozuelo parece Bélgica, cielo ceniza, chalets de bloques alemanes y cámaras de videovigilancia. En la puerta del Hotel suena una charanga, he dicho que parece Bélgica y no que lo sea.

Por eso si en la reseña vemos silencio y silencio, parece que no ha pasado nada. Parece, porque la verdad es que hubo mil matices de oro, de esos que los finitistas sabemos.

Foto: Julián López Guijarro.