La expectación casi se tornaba en decepción al mirar al cielo y comprobar como de cerrada se presentaba la tarde y como la lluvia no dejaba de caer, mas se rompió el paseillo (tras una dilatada espera) y la tregua primaveral deseada por fin se hizo realidad.
Venía El Fino, para algunos, a hacer de telonero, a abrir el corral a los gallos, a ser convidado de piedra... y dos horas después, se marchó de la plaza dejando atrás no sólo la faena de la feria, sino también el aroma, la torería, un buen puñado de imágenes grabadas en la retina y una dosis indudable de vergüenza torera, que no por tener tanta clase se carece de ella, por si algunos lo dudaban.
La lidia al cuarto toro de esa tarde en Córdoba nos mostró desde el principio a un Finito templado, sentido e inspirado con el capote, toreando como nadie hasta los medios y escribiendo una vez más un manual detallado de como se hace y se dice la verónica antológica cuando surge de verdad.
Con la muleta es imposible decir más en tan poco tiempo (lo que duró el toro), y es imposible hacerlo con tanta rotundidad, con tanta belleza y con tanta claridad. Fueron tres series de ensueño, de naturales soberbios y eternos, y de una emoción que cundía a borbotones de barreras a andanadas. Se palpaba la grandeza y se escuchaba el toreo, un toreo al natural que, además de estético, fue poderoso, y que sirvió, ya de paso, para cambiar el guión que algunos ya habían escrito para este día. Por eso también yo quise escribir...
cuando la tarde cerraba.
Era Córdoba, era mayo,
y el corazón palpitaba.
Y al ver que te aparecías,
que la magia ya brotaba,
se encendieron los acordes,
se agrandaron las miradas,
y eran Córdoba y tu gracia
la natural sinfonía,
de una tarde sólo tuya,
de inolvidable armonía.
FINITO, NATURALMENTE
No iba bien la tarde, había caído un tormentazo, se había retrasado media hora el festejo y los tres primeros toros no habían respondido al guión esperado. Pero salió el cuarto y el panorama cambió radicalmente. Y quien algunos malos aficionados habían sentenciado que iba a ser sólo el “tercer hombre” del cartel se convirtió en el primero por obra y gracia de unas cuantas verónicas, tan lentas y abigarradas que fueron carteles de toros rematados por una media de ensueño en los medios. Juan Serrano, que celebraba ese día el XVI aniversario de alternativa, no paró ahí y tras ver enseguida que el pitón del toro era el izquierdo se puso a torearlo a lo grande. Al natural, naturalmente.
Siempre enganchando muy adelante para llevar la embestida hasta el infinito, siempre por abajo, toreando con las muñecas, y adornado por una estética sólo al alcance de los elegidos. Pero también con técnica, la que dan los años, el poso y la sazón, la que hace ligar cuando el toro está más entero y dar sitio entre monumentos (perdón, muletazos), cuando comienza a venirse abajo. Pero como todo no puede ser perfecto, la espada hizo que los ánimos se enfriaran.
Fotos: León