Me llevé la grata sorpresa de poder seguir la corrida por Canal 9 en el satélite. Y como todos, me llevé el disgusto de la cornada del Fino, de la imagen nunca deseada del torero camino de la enfermería herido de gravedad. Me impactó sobremanera el momento, la voltereta, la imposibilidad de seguir con la faena. Y me invadió una sensación nunca vivida en las tardes del Fino. Su segunda cornada, la primera como matador de toros, era algo novedoso para mis sentidos, quizá algo que nunca había llegado a contemplar o prever.
Y así, lo que después fue carnaza para muchos, el argumento perfecto para usar como arma arrojadiza contra el torero (una cornada en 16 años), a mi me hizo pasar por el miedo, la tristeza, la preocupación y el alivio al conocer la limpieza en las trayectorias del pitón.
Y me hizo retener en la memoria la faena a ese cuarto de Fuente Ymbro, una obra que a pesar de quedar inacabada resultó ser monumento de belleza y hondura al toreo eterno y arrebatador. Catorce o quince muletazos de largo trazo e inspirada ejecución, el fluir de la emoción, la esencia de lo que siempre ha de quedar, y el dulce consuelo que es el arte cuando el dolor quiere invadir lo que un artista ha llenado con su aroma.
Y así, lo que después fue carnaza para muchos, el argumento perfecto para usar como arma arrojadiza contra el torero (una cornada en 16 años), a mi me hizo pasar por el miedo, la tristeza, la preocupación y el alivio al conocer la limpieza en las trayectorias del pitón.
Y me hizo retener en la memoria la faena a ese cuarto de Fuente Ymbro, una obra que a pesar de quedar inacabada resultó ser monumento de belleza y hondura al toreo eterno y arrebatador. Catorce o quince muletazos de largo trazo e inspirada ejecución, el fluir de la emoción, la esencia de lo que siempre ha de quedar, y el dulce consuelo que es el arte cuando el dolor quiere invadir lo que un artista ha llenado con su aroma.