Ya está más cerca la cita con la Maestranza. Tan sólo un día nos separa de una nueva tentativa de asaltar ese sueño que a todos los finitistas nos queda por cumplir, y que no es otro que ver al Fino salir a hombros por la Puerta del Príncipe, nada más y nada menos. Se dice pronto si, pero junto a ese deseo tan fuerte y a esas ganas, se encuentra ese punto de cordura que, al menos a mí, me hace ver la dificultad del reto, lo complicado de que todo sea redondo, máxime cuando existen tantos y tantos condicionantes en una tarde de toros que se escapan del control humano y que pueden resultar definitivos a la postre.
Leí que El Cid, tras la infumable corrida del domingo de resurrección, decía que "tardes así demuestran que no es tan fácil abrir la Puerta del Príncipe", y la pura lógica nos dicta que tardes de esas hay muchas más que de las otras, y que alcanzar el triunfo grande en esta plaza supone e implica mucho más que lo necesario para alcanzarlo en otras, y ahí está la prueba y la estadística de quienes lo han logrado aquí en comparación con otros lugares. Por eso es un sueño muy grande, y por tanto más difícil de alcanzar.
Pero es un sueño que hemos tocado ya varias veces con la punta de los dedos, por eso sabemos que está ahí, y lo que es más importante, que sigue ahí. Sin ir más lejos, y empezando por lo más reciente, debemos acudir a las sensaciones que nos deparó la tarde del año pasado, en la que sin romper rotundamente por falta de toros, el sabor que nos dejó y el aroma que desprendió el torero en su actuación nos insufló a todos, y a él el primero, una dosis de satisfacción y optimismo para seguir aferrándonos a nuestro sueño tras dos o tres temporadas en las que la suerte no había estado de lado en la Maestranza.
Antes, cuatro años atrás, el Fino fue capaz de hacer crujir a la plaza con quince muletazos a un Jandilla justo después de que Cesar Rincón hubiese estado soberbio en el turno anterior. Quien estuvo allí sabe de lo que hablo, y es que fue impresionante ver a Juan poner aquello del revés con tanta rotundidad. Y dos años antes de eso, en 2002, un viernes de preferia, como el anterior, el sueño asomó a la orilla del Guadalquivir en dos faenas de hondura y sentimiento que sin rubricar con la espada dejaron dormidos una vez más los cerrojos de la puerta deseada.
Y aquella faena de 2001, a un toro de Victoriano del Río, sublime y sentida, que dejó para la historia un monumento al toreo al natural en esa plaza, y que fue tan córtamente premiada con una oreja.
Pero si hay una fecha imborrable de cercanía a ese sueño tan buscado, es la del 2 de mayo de 2000, en la que Juan se veía anunciado cogiendo una sustitución tras haber cuajado tres días antes a un toro de Capea. Esa tarde abrileña de mayo, con la de Juan Pedro, tras parar el reloj toreando a la verónica como tantos y tantos tan sólo pueden soñar y no les sale ni de salón, y de cuajar una faena de muleta a rastras y de infinito trazo y longitud, haciendo sonar las palmas por bulerías en la vuelta al ruedo posterior con las dos orejas de ese primero de su lote, la suerte se fue a la feria antes de tiempo, justo cuando El Fino apuntaba con la espada al morrillo del sexto de la tarde, al que había exprimido con gusto y temple para abrazar de una vez por todas el sueño de ver caer la tarde sobre Triana a hombros de la multitud. Justo antes de eso, el pinchazo en hueso nos hizo despertar.
Sabemos ya que es difícil, pues a la vista está, y en la memoria queda, que lo hemos sufrido, pero también sabemos lo bonito que sería, pues no nos cansamos de soñarlo. Ojalá todo acompañe. Que El Fino sueñe y haga soñar el toreo mañana en el albero maestrante.
Ya sólo queda esperar, y seguro que Sevilla, como nosotros, lo está esperando.