
... Y JAÉN

Fino le hablaba, en presencia de Juan José. Le comentaba lo que desconozco, porque aquellas palabras no hacían eco en las montañas, susurros íntimos de torero a torero, desde la veteranía a la ilusión. El Maestro cedió los trastos, y ella, con aprecio, los dejó caer atrapados por sus muñecas, dejó que la muleta de Juan lamiera el albero ubriqueño. Y las palmas, que precioso es una plaza de toros llena, hicieron eco en toda la sierra gaditana. No como las palabras, susurros, secretos, de ti para mí y mío y tuyo. Cosas de toreros, cosas de artistas, de gente que valora más la vida porque son conscientes que en un derrote se les puede escapar.
Los ecos de las palmas sonaron con fuerza para Juan Serrano en el cuarto de la tarde. Castañuela de 500 kilos, de Osborne para Finito de Córdoba. Ya había agradado en el sorteo. En general fue una corrida en tipo y noble, de disfrute para todos. Con el capote, dos medias. El frasco de las esencias se destapaba y regaba el albero amenazado de nubes. Con la franela lo saca. Silencio en los tendidos. Da tiempo a la función, que importante es el tiempo, el que queda, el que se fue…Suena la música. Fino, de catafalco y azabache, conoce los terrenos como pájaro los cielos. La colocación del cuerpo y de las muñecas, solo el toro admira la tela, agarrada la muleta por el centro, pies juntos en el albero. El sólo de trompeta hace eco en las montañas. La torería en los remates, la torería como adjetivo también hace eco en las sierras de pinsapares. La izquierda. Colocada delante del pecho, cruzarse, torear. La torería por derecho.
La obra fue premiada con dos orejas. Ovación de eco. Respetable en pié reconociendo al torero, al tiempo dado a la faena, a la torería. El oficio. La maestría.
Con el segundo de la tarde, Garbancero de 512 kilos, hubo menos suerte. Castaño, de bonito tipo pero de mal juego. Ya en los primeros compases lo demostró, saltos atléticos cuando entraba en el capote y cuando se le bajaron los brazos clavó los pitones en el albero y pegó un costalazo. Queda en la retina una media verónica después de que el Osborne saliera del jaco. No tuvo el animal son, aún quedaba otro en corrales, al que desorejó. El público ovacionó al maestro por su intento de querer hacer el toreo ante el poco fondo del animal.
Cuando todo terminó, Sandra Moscoso salió de la furgoneta Citroën rumbo a la habitación, ordenando las ideas de tan maravilloso día, tres orejas en el esportón. Una voz hueca le sonó a su espalda, procedía de su cuadrilla, - ¡Enhorabuena Torero! Y ella, sonrisa tranquila, se dio la vuelta entre vítores alegres, festivos. Juntos, toda la cuadrilla, subieron las escaleras que llevan al hall del hotel y al destino que acaban de emprender. Suben las escaleras firmes y decididos. El destino es el único que lleva las cuentas del futuro. Suerte, mucha suerte Torero.
Fotos: Antonio Flores.
Por un capotazo un verso
de una tarde allá en la sierra!
Hay que ver lo que se encierra
en caminos de regresos,
aún cuando siguen presos
los recuerdos de una historia
que en nada se vanagloria
el que pudo ser Califa…
Como el río se desliza,
hacia donde la memoria?
Navegará en el poema?
En que puerto amarrará,
que cobijo buscará
para explicarla, serena?
Sin dobleces y sin pena
los versos de tantas tardes
que no escriben los cobardes
con la sangre de los toros!
El Fino de grana y oros
en finas purezas arde!...
Fernando naranjo duran
20-9-10
Pero la tarde no era floreada, no, sino fría. Muy mucho, cielo ceniza y medio entristecido, llorando a ratos cuando el reloj marcaba las seis de la tarde. Hora del comienzo del festejo.
El Maestro pronto abrió las alas del capote a Agitador, un prenda de 589 kilos, con la gente recién acomodaba a la piedra. Agitador entra a la verónica las dos veces que se deja y fueron dos lances de los de aroma de clavel. Salía el sol y se escondía y así se llegó a la muleta. Pases de probatura y la mano derecha colocada, donde un Maestro sabe colocarla, derechazos largos y mandones. La faena va a más, se sentía en los oles secos y fríos castellanos. Y suena Manolete. Y la mano derecha fluye, el giro de las muñecas acompaña a todo el cuerpo. La obra sube en intensidad.
En el centro del ruedo, Eolo, que no abandonaba la faena, asistía a las miradas, íntimas, de ellos dos. Dos mundos, el torero y el toro. Y al Dios griego del viento, le gustaron tanto los derechazos, que se resistía a abandonar el albero pucelano.
En la mano izquierda, al de Fuente Ymbro se le acabó la gasolina. Y a la hora de la muerte no ayudaba, no, frío el toro, sin trasmitir sensaciones, y frío el público y la temperatura. Aún quedaba otro en corrales.
Pero la suerte, no sé si existe o no, mejor tenerla de cara y en el cuarto estaba en contra. Oloroso de 528 kilos. Comenzó el Maestro con verónicas a pies juntos, ayer lo dije, los lances de Fino son como pozos de profundos.
Muleta en mano, tela color pétalo, como esos que permanecen en la piedra de la plaza. Pero el animal está pendiente a todo excepto a la muleta, pendiente incluso a la marca de puros que se fuman en el tendido, pendiente al brillo del traje de torear, pero no a la muleta, a la muleta nunca. No le interesa, camina distancias sin fijeza y ya con la izquierda dice que no. Que la tauromaquia del Maestro y él no son amigos y así, la enemistad pone fin a la relación.
Cuando me marcho de la plaza los claveles permanecen en sus asientos. Hace frío, demasiado para gente del sur. Pero como esta flor, están los pasajes de Fino, la belleza de la flor sobrevive como en la retina lo hacen esos derechazos mandones en los únicos pasajes del primer toro que dejó al enamoramiento. Y todo esto, Eolo, no se lo quiso perder.
Foto: Burladero.com
La plaza lucía buen ambiente, entiéndase festivo. Y la fiesta comenzó en el primero de la tarde, elemento de Sánchez Arjona, de nombre Orientado y con 498 kilos de peso, bien armado y hecho, en la suerte de Fino. De salida le dio por querer partir los hierros del burladero de la portátil. Fino, de negro y azabache, lo recibe a la verónica y el animal canta su mala condición. Ya con la franela, Orientado susurra que escasea de gasolina y no permite la ligazón. Me quedo con unos remates por bajo al término de la tercera tanda. La faena no termina de romper y cuando el Maestro coge la izquierda percibo que Orientado no humilla, pero es que no había humillado desde que salió por chiqueros. Falla con los aceros y el público silencia la actuación.
Cuarto toro de la tarde, de nombre Vendedor y con 468 kilos de peso. Fino está decidido, coge el capote como solo los genios saben; así, con dos deditos y una caricia de la yema en la tela, y le pega un ramillete de verónicas, hondas como un pozo y una media decidida e inspirada.
Es el propio Maestro quién lo lleva al caballo, pelea del toro con el equino. La cuadrilla resuelve con los palos y comienza la faena de muleta.
Por abajo y haciéndolo, se lo lleva a los medios y le pone la derecha. Pronto suena “Paquito chocolatero”, he dicho que parecía Texas y no que lo fuera. La muñeca derecha comienza a recorrer kilómetros, no voy a ser yo quien descubra la hondura de esa mano cuando lleva al toro largo. Pronto me percato que el animal tampoco humilla. La faena sube de intensidad. El viento sopla un poquito. Trincherazo de ensueño, para hacer quinientos cuadros en cada segundo que dura. Si suman, serian mil, mil quinientos. Mano izquierda rematada con un de pecho. Aquello huele a triunfo. Molinete como epílogo y Vendedor que hace amago de rajarse, hasta que lo hace. Cuando Fino coge el acero para la suerte suprema, el animal no para quieto y busca el hierro del burladero. Incómodo de verle la muerte, pasa un tiempo precioso y la faena se enfría. Lástima. Fino erra con los aceros y recibe silencio en una actuación, como digo, con pasajes de lujo.
Y acaba la tarde y ahora Pozuelo parece Bélgica, cielo ceniza, chalets de bloques alemanes y cámaras de videovigilancia. En la puerta del Hotel suena una charanga, he dicho que parece Bélgica y no que lo sea.
Por eso si en la reseña vemos silencio y silencio, parece que no ha pasado nada. Parece, porque la verdad es que hubo mil matices de oro, de esos que los finitistas sabemos.
Foto: Julián López Guijarro.