No es fácil torear con el capote, y torear bien lo es mucho menos, y aún menos hacerlo con un toro de salida. No lo digo yo, se lo he oído a los que saben, es decir, a los que se ponen delante, por eso para mí, que ni se ni digo saber, me es francamente difícil abordar el análisis de una suerte como el toreo a la verónica, y más aún en quien la eleva a la categoría superior cuando la interpreta con una perfección sólo al alcance de unos pocos elegidos.
Y es que, a mi corto entender en la materia, hacen falta muchas cualidades para ejecutar con prestancia este lance. Lo principal es el "a, b, c" del toreo: Parar, Templar y Mandar. De ahí que sea tan difícil ejecutar ese lance con un toro de salida, aunque todos se pongan y lo hagan, o al menos lo intenten.
Pero a ese ingrediente o ingredientes centrales hay que sumar numerosos aditivos, condimentos indispensables que den sabor, color y aroma al resultado final. Y aquí, sencíllamente, los cánones se van al garete.
Lo primero es cuestión de práctica, de tiempo, de técnica y aprendizaje, de valor dirán algunos. Lo segundo es el don, la invisible y mágica varita con la que algunos artistas están tocados, y que es, al fin y al cabo, lo que nos transmite ese algo distinto que nos mueve el sentimiento, esa mecha indescriptible que prende en un instante, siempre y cuando llevemos dentro el mínimo de sensibilidad necesaria, que tampoco ha de ser mucha, pero sí accesible, presta a emocionarse, a salir cuando haga falta.
Muchas tardes he sentido saltar esa chispa. Con un sólo lance, con una sola caricia en forma de verónica mecida con ese algo que no tienen las demás. Muchas tardes, muchas, esa magia inexplicable ha surgido vestida de arrebato y sentimiento, y han sido uno, detrás de otro, los lances que se han llevado prendidos en sus vuelos los olés secos y hondos como el propio instante, los que han calado hasta el sentir como una punzada certera y doliente, con ese dolor que solo arte puede producir, hiriendo a la vez que sana.
La verónica del Fino tiene, desde siempre, ese matiz diferente y único que la distingue del resto. A pies juntos, tantas veces en el recibo para recoger las primeras embestidas, o bien cargando la suerte, abriendo el compás, el lance de Juan Serrano siempre se distinguió por su elegancia, por su cadencia, por su genuina e inimitable personalidad.
Demostrado queda, a colación de lo que antes señalaba, que todas esas características "vienen de fábrica" y son difíciles, muy difíciles de aprender, pues no en vano lo primero que llamaba la atención de aquel novillero que irrumpió en el panorama taurino a finales de los ochenta, rompiendo moldes por su clasicismo y pureza, era la forma tan personal y bella de manejar el percal toreando a la verónica, de dibujar el toreo con una prestancia y un temple fuera de toda lógica con tan escaso bagaje. Era el don que no se adquiere, la varita que te toca, lo que sólo unos pocos tienen y pueden expresar.
En la memoria tardes de auténtico toreo hecho verso en su capote. De novillero en Córdoba o Madrid, de matador tantas tardes en el Coso de los Califas, en la Maestranza, en Madrid la tarde del agua, en Málaga, y en otras muchas plazas más, sin importar su categoría y sí la grandeza de esos instantes.
No es fácil, como decía, torear de capote, y a lo anterior añado que tampoco es fácil, cada vez menos, que se valore en su justa medida y el público lo reconozca. Eso, tristemente, cada vez ocurre en menos plazas, ni tan siquiera ya en algunas de máxima categoría. Hoy día, los públicos admiran y jalean la "variedad", el capote por allí, el torero por aquí y el toro por allá. Algo vistoso, ciertamente, pero que a mí me hace valorar más aún a aquellos que, lejos de modas y novedades, siguen incidiendo en lo más puro y en lo más clásico, imprimiéndole personalidad y gusto a su ejecución.
Algo similar ocurre con los remates, y en este apartado hay uno también muy clásico, pero interpretado por El Fino con sabrosa exquisitez. La media como broche, como guinda a un ramillete de verónicas, o como personal detalle de gusto a la salida del toro del piquero, a modo de quite, breve pero intenso. Muy pocas revoleras le tengo anotadas, menos aún serpentinas o afarolados. Si acaso, alguna vez, un elegante recorte soltando suavemente la punta del capote, como aquella vez en que remató el recibo al primer toro de su encerrona en Los Califas, en 2004, cuando literalmente paró el tiempo lanceando por verónicas. Y la larga, cómo no, cordobesa y finitista.
La media, no obstante, siempre se impone a la hora de rubricar, de poner la firma personal, de seguir incidiendo en esa pureza, en ese clasicismo que El Fino siempre ha llevado en su toreo con tanta naturalidad, con tanta elegancia y tanta personalidad.
El resto lo dicen las imágenes, y más aún los instantes que se viven in situ, en directo, con ese mínimo de sensibilidad necesaria dispuesta a ser estimulada. Cuando sucede es eterno, difícil de olvidar, tanto como lo es hacer el toreo de capote poniéndole ese algo imposible de aprender.
Fotos: León, Ladis, Framar, Fidel Arroyo, Salvador Giménez, Jose Luis Díaz, Esteban Pérez, Maurice Berho, Julio César Sánchez, Matito, Juan Téllez y Juan Pelegrín.