sábado, 28 de mayo de 2011

AHÍ QUEDA...


Una ovación merecida y justa. Un torero que en su plaza y en su Córdoba recogía en esos aplausos el fruto que durante tantos años ha sembrado a base toreo bueno y de fidelidad a un concepto y a unas formas difíciles de igualar, por personales y únicas.

Ahí queda ya, para siempre, en la historia de una plaza que lo ha visto cumplir dos décadas vestido de luces pisando su albero. Que lo ha querido, y lo quiere, no cabe duda. Que le ha exigido como al que más, como lo que es: figura de época, torero de referencia, bandera de una afición.


Ahí quedan, grabadas e indelebles, tardes de magia, de locura, de pura poesía cosida a los vuelos de sus tratos, recitada en sus muñecas y parida desde el alma, desde el más hondo sentimiento que sólo un artista tan grande puede expresar. Sintiendo, haciendo sentir. Hiriendo, meciendo al corazón entre sus lances, llenando tardes de mayo, alumbrando sueños, alimentando ilusión.


Ahí quedan, ¿quién da más? De momento, sólo él. Es demasiado el hueco a llenar. Demasiada la pared que hay que escalar para llegar a una altura a la que él, por ser él, ha puesto el listón en Los Califas durante veinte años seguidos. Un listón que no pudo esta tarde subir más alto, sólo porque no hubo material, no hubo mimbre para el cesto deseado.

Pero ahí quedan, también, un puñado de verónicas, un par de medias, y una docena de muletazos, de esos suyos, sólo suyos. Y sus formas, sus maneras, su torería. Todo eso que sigue siendo patrimonio suyo, monopolio de su grandeza para disfrute nuestro. Todo lo que fue y lo que es.

Son veinte años, señores. Ahí quedan...

Fotos: Fidel Arroyo.